El propósito de la encarnación del Hijo de Dios está igualmente revelado en las Escrituras. Tiene que ver con nuestra salvación. Como lo enseña el apóstol Pablo.

La Navidad debe servirnos, fundamentalmente, para recordar la encarnación del Hijo de Dios. Es una ocasión más para profundizar en el significado y en el propósito de la venida del Hijo del Altísimo al mundo. Hay, por lo menos, cinco elementos esenciales que, juntos, nos dan una imagen adecuada de lo que hay detrás de la encarnación de Jesucristo. En primer lugar, que el eterno Hijo de Dios bajó del cielo a la tierra. Hay una condescendencia divina en tal acción. Pero para poder apreciarla es necesario darnos cuenta de que esta afirmación implica, obviamente, la preexistencia de Cristo Jesús. La Escritura, incluso, va más allá y nos dice que el que descendió a la tierra es Dios mismo. En segundo lugar, hemos de notar que este Hijo eterno de Dios fue concebido por el poder del Espíritu Santo en el vientre de María, sin intervención de varón (Evangelio de Lucas 1:31). En palabras del ángel Gabriel a María: “Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS”. Estamos ante un hecho portentoso, sin igual en la historia de la humanidad. Algunos dudan de este milagro y sostienen que las gentes de aquella época eran muy crédulas. Pero nosotros, sin embargo, añaden los hombres y mujeres del siglo XXI, no podemos dejarnos llevar por semejante suposición. Aparte del hecho de que esta afirmación revela nuestra propia soberbia, al sentirnos superiores a otros que vivieron en otras épocas, no está tampoco reflejando, ni de lejos, la verdad. La misma Virgen sabe que concebir sin varón es imposible y, por eso, le dijo al ángel: “¿Cómo será esto? pues no conozco varón” (Evangelio de Lucas 1:34). La respuesta de Gabriel muestra que sólo Dios mismo puede realizar semejante prodigio: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Evangelio de Lucas 1:35). Ante semejante milagro, otros añaden que no lo creen porque ese tipo de concepción no tiene lugar ahora. La respuesta es sencilla, estamos ante el nacimiento de un Santo Ser, del Hijo eterno de Dios, y esto sólo ocurrió una vez. Además, si milagros como este sucedieran todos los días, de una manera cotidiana, no habría manera de saber que estamos ante una señal sobrenatural que apunta a una intervención directa de Dios en este mundo con un propósito salvador. Otros argumentan que los cristianos debieron tomar esta historia de la mitología pagana, pues en ellas se afirma que Hércules y Perseo eran hijos de los dioses. O quizás a imitación de las leyendas acerca de los nacimientos de Platón y Alejandro Magno. Pero hay una diferencia capital. La idea de los paganos contiene el elemento de las relaciones sexuales o algún tipo de relación carnal o material. Es decir, ellos creían que había una relación sexual entre los dioses y los humanos. Hay un elemento de amor erótico del dios para con la mortal. En el caso de Jesús no hay tal cosa en absoluto. Pero, en tercer lugar, Cristo nació de una mujer virgen. Precisamente porque Cristo fue concebido por el Espíritu Santo en el vientre de su madre, pudo nacer de una virgen. Este hecho ya había sido anunciado siglos antes por el profeta Isaías: “He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros” (Libro del profeta Isaías 7:14 citado en el Evangelio de Mateo 1:23). Los evangelios tienen mucho cuidado de apuntar que Jesús nació antes de que José y María consumasen su matrimonio. Así Mateo nos dice que: “El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo” (Evangelio de Mateo 1:18). Cristo no es el fruto de la unión de José y María. De hecho, Mateo nos dice que José “no tuvo relaciones conyugales con María hasta que dio a luz un hijo, a quien puso por nombre Jesús” (Evangelio de Mateo 1:25). Volviendo a las supuestas similitudes con el paganismo en la historia del nacimiento de Jesús, debemos percatarnos de que las historias paganas no contienen ninguna noción de nacimiento virginal como tal. Son relaciones de dioses y de mortales, y el fruto de las mismas no nacía de una virgen precisamente. El nacimiento virginal de Cristo es una de las doctrinas distintivas de la fe cristiana. En cuarto lugar, debemos notar que Jesucristo era sin pecado, era un Santo Ser. Por ello, Cristo pudo retar posteriormente a sus enemigos diciéndoles: “¿Quién de vosotros puede probar que soy culpable de pecado?” (Evangelio de Juan 8:46). Sólo ha habido uno sin pecado, y este es Jesús. Sólo así podía ser nuestro Salvador del pecado: “De modo que Jesús es precisamente el sumo sacerdote que necesitábamos. Él es santo, sin maldad, y sin mancha, apartado de los pecadores y puesto más alto que el cielo” (Epístola a los Hebreos 7:26). Finalmente, es necesario darse cuenta de que, como resultado de la encarnación, Jesucristo no deja de ser Dios por ser hombre. Es ahora Dios verdadero y hombre perfecto. Es una sola persona, el Hijo del Altísimo, en dos naturalezas, una divina y otra humana (Evangelio de Juan 1:1-3, 14, 18).

El propósito de la encarnación del Hijo de Dios está igualmente revelado en las Escrituras. Tiene que ver con nuestra salvación. Como lo enseña el apóstol Pablo: “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero” (1ª Epístola a Timoteo 1:15). Para salvarnos, el Hijo de Dios se encarnó con el objetivo de identificarse con la humanidad perdida en el pecado. Como dice el autor de la Epístola a los Hebreos: “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo... Porque ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham. Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos...” (Epístola a los Hebreos 2:14a, 16, 17). Jesús creció hasta llegar a ser un hombre adulto. Y como tal, voluntariamente, sufrió la muerte de cruz para que, por medio de su sacrificio, nuestros pecados pudieran ser perdonados. Como dice el apóstol Pedro: “Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos para llevarnos a Dios” (1ª Epístola de Pedro 3:18). También las Escrituras nos enseñan que Dios es glorificado en la exhibición de su propósito salvador en Cristo. Y es que la encarnación del Hijo de Dios muestra el gran amor de Dios: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Evangelio de Juan 3:16).

Pero recordar el mensaje de la Navidad debe llevarnos a apropiarnos personalmente del significado y propósito de la encarnación del Hijo de Dios. Cuando Pablo escribe que Cristo vino al mundo a salvar a los pecadores, se reconoce pecador, incluso dice que es el primer pecador. Cristo afirma que ha venido, no a llamar a los justos, sino a los pecadores al arrepentimiento (Evangelio de Lucas 5:32). Cristo nos invita a abandonar el pecado porque Él se encarnó para acabar con el pecado, su culpa, tiranía y consecuencias. Jesús asentó un golpe mortal y definitivo al pecado en la cruz. Como asevera el apóstol Pedro “Cristo llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1ª Epístola de Pedro 2:24). Ahora, por la fe en Cristo, recibimos el perdón de todos los pecados y la seguridad de la vida eterna. Deja, pues, a un lado el pecado y cree que el Eterno Hijo de Dios se encarnó para dar su vida en la cruz en rescate por pecadores como nosotros. Así estarás haciendo tuyo el mensaje de la Navidad.

Artículo escrito por José Moreno Berrocal y publicado originalmente en el periódico "El Semanal de La Mancha" el viernes 20 de diciembre de 2013. Publicado con permiso.