Resulta curioso que algunos, leyendo estos relatos mitológicos, hayan pretendido colocar en el mismo plano la muerte de Jesús. Después de todo, nos dicen, Jesús también pretendía ser Dios.
Una de las consecuencias que ha tenido en nuestro país el notable éxito de películas como las de la saga de “La Guerra de las Galaxias” o como las de la trilogía de “El Señor de los Anillos”, entre otras, ha sido la aparición de un creciente interés por la mitología de nuestros antiguos pueblos y civilizaciones. Esto no debería sorprendernos. Todo buen relato, como por ejemplo los que están detrás de las películas de la trilogía de “El Señor de los Anillos”, nos impelen a buscar cuentos similares a los que tan profunda huella han dejado ya en nuestras vidas. Y sin duda alguna, el mejor granero para tales leyendas se encuentra en las fuentes casi inagotables de la mitología mundial. Entre esas muchas antiguas y casi olvidadas fábulas, muchos han descubierto que existen numerosos relatos acerca de dioses moribundos. Así por ejemplo, la mitología nórdica nos presenta a un dios llamado Balder. Su madre la diosa Frigg, la esposa de Odín, el rey del panteón nórdico, ha hecho a Balder, aparentemente, invulnerable. Todas las plantas han jurado no herirle. Sin embargo, un dios malvado, llamado Loke, encuentra una planta que no ha participado en ese juramento, el muérdago. Por la siniestra influencia de Loke, Balder es alcanzado por el muérdago y muere. Adonis, dios originario del Oriente Medio, aunque más conocido entre nosotros por su papel en la mitología griega, fue mortalmente herido por un jabalí, enviado por otros dioses celosos de su belleza. Osiris, uno de los dioses egipcios más conocidos, es también objeto de la envidia de los otros dioses. Engañado, es encerrado en un cofre, a modo de ataúd, y muere ahogado al ser sumergido el cofre en el agua de un río. Estos son algunos de los casos que nos presentan las antiguas leyendas de la humanidad sobre dioses moribundos.
Resulta curioso que algunos, leyendo estos relatos mitológicos, hayan pretendido colocar en el mismo plano la muerte de Jesús. Después de todo, nos dicen, Jesús también pretendía ser Dios. Y, al igual que los dioses mitológicos, Jesús también murió. Es evidente, concluyen, que el caso de Jesús no fue tan excepcional en la Antigüedad. Por tanto, no debemos darle mayor importancia a la muerte de Jesús que la que le damos a la de cualquiera de los otros dioses de la mitología. De hecho, afirman, deberíamos asignar al baúl de los recuerdos a Jesús, tanto como nos hemos olvidado ya de Balder, Adonis y Osiris. Los que así se expresan parecen tener razón. Aparentemente, las semejanzas entre los dioses moribundos de otras culturas y Jesús resulta, de entrada, pasmosa. Balder, por ejemplo, era el colmo de la amabilidad y la bondad. También lo era Osiris y en eso, cualquiera que conozca los Evangelios, eso dioses se parecen en algo a Jesús. Todos ellos, además, tuvieron una muerte, cuanto menos trágica y, además, provocada por sus propios enemigos. ¿Tendrá entonces razón el crítico que quiere meter en el mismo saco a Jesús con toda esa colección de dioses antiguos? Tendría razón si no fuera por varios detalles, aparentemente insignificantes.
En primer lugar, tenemos el hecho de que el Credo Apostólico, haciéndose eco de los documentos más antiguos de la cristiandad, es decir, del Nuevo Testamento, incide en el hecho de que Jesús “padeció bajo el poder de Poncio Pilato”. Así, los cuatro Evangelios se hacen eco del papel de ese gobernador romano en la ejecución de Jesús. Los evangelistas destacan el hecho de que de que los dirigentes judíos no pudieron acabar con Jesús sin su concurso (Evangelio de Mateo 27:1-26, Evangelio de Marcos 15:1-15, Evangelio de Lucas 23:1-25 y Evangelio de Juan 18:28-19:22). Las primeras predicaciones cristianas afirman esa muerte de Jesús con la anuencia e implicación del procurador romano (Hechos de los Apóstoles 3:13, 4:27, 13:28). Incluso Pablo lo menciona (1ª Epístola a Timoteo 6:13). Y este detalle, aparentemente insignificante, es el que distingue completamente, la muerte de Jesús de la de los otros supuestos “dioses”. Es decir, a diferencia de lo que le pudo pasar a Balder, Adonis u Osiris, Jesucristo sí que padeció y murió. La diferencia entre Balder y Jesús es que lo que aconteció con nuestro Señor fue un hecho histórico constatable. Es un grave error, o es sencillamente pura ignorancia, pensar que nuestros antepasados eran unos crédulos y que no se dieron cuenta de las similitudes entre la pasión de Cristo y las muertes de antiguos dioses mitológicos. Sí se dieron cuenta, y es por eso por lo que el Credo Apostólico, en medio de afirmaciones teológicas acerca de la fe cristiana, añade esa frase tan específica: “y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato”. De Balder se dice que murió, pero no sabemos cuándo. Tampoco lo sabemos con respecto a Osiris o Adonis. De hecho, el mito de Adonis es originario de Siria y, antes de llegar a Grecia, sufrió modificaciones en Chipre y Egipto. Son leyendas cuyos orígenes son más bien inciertos. Pero Cristo padeció bajo el poder de Poncio Pilato. La muerte de Jesús es un hecho histórico y esa es la gran diferencia con la muerte de los otros “dioses”. La referencia, pues, a Poncio Pilato es muy reveladora. Sitúa la muerte de Jesús en la Historia. Sabemos bastante de Poncio Pilato, tanto por las referencias al mismo en los escritos cristianos del Nuevo Testamento, como por otros escritos de la Antigüedad. Así por ejemplo, Tácito, el gran historiador romano, comentando el incendio de Roma causado por el mismo Nerón, nos dice que este emperador usó a los cristianos como chivo expiatorio. Estas son sus palabras: “Por consiguiente, Nerón, con el propósito de esquivar el rumor, declaró culpables y castigó empleando los mayores refinamientos de crueldad, a una clase de hombres a quienes el populacho denominaba cristianos, y que eran aborrecidos por sus vicios. Cristus, de quien derivaban el apelativo, había sido ejecutado por sentencia del procurador Poncio Pilato cuando Tiberio era emperador”. Las fuentes rabínicas, al igual que Flavio Josefo, el famoso historiador judío, confirman, igualmente, que Jesús fue ejecutado por orden del gobernador romano Poncio Pilato. Poncio Pilato es, por tanto, una figura histórica incontrovertible si examinamos las fuentes históricas de la época. Pero la referencia no es exclusivamente al hecho de “padecer bajo Poncio Pilato” sino al hecho de que sucedió en un determinado y real marco histórico. Esto está completamente alejado de las leyendas acerca de los dioses moribundos de las mitologías paganas. Jesús fue un personaje histórico real y su muerte ocurrió verdaderamente en un lugar y tiempo concreto. Esto sitúa, por tanto, la muerte de Jesús en un plano totalmente diferente al de las muertes de los dioses de la mitología. La de Jesús fue un hecho histórico, las otras son leyendas.
En segundo lugar, hemos de notar que la muerte de Jesús “bajo Poncio Pilato” la coloca en un contexto histórico que ya había sido anunciado anteriormente por las Escrituras del Antiguo Testamento. Dios había determinado que la muerte de Jesús ocurriera bajo el Imperio Romano (véase el libro del profeta Daniel, capítulos 2 y 7 en particular). Es decir, la venida de Jesucristo al mundo y el significado de la misma, habían sido cuidadosamente preparadas por las Escrituras de los profetas del Antiguo Testamento. Su muerte no es un accidente, ni el resultado de una mera conspiración, sino el cumplimiento de un plan trazado por Dios, al que tenemos acceso por medio de la lectura del Antiguo Testamento. El Antiguo Testamento, escrito a lo largo de un período de unos 1000 años, y que va desde el 1400 antes de Cristo al 400 antes de Cristo, describe ese plan con todo lujo de detalles. La muerte de Jesús, por tanto, contiene un trasfondo, responde a un plan, el plan de Dios de rescatar a la Humanidad de las consecuencias de sus propios pecados. Las muertes de los otros dioses no tienen en ese sentido “pasado”. Son muertes desprovistas de contexto y, por tanto, carentes de un significado concreto y de un sentido histórico. Se encuentran, en otras palabras, en un vacío. La muerte de Jesús, por el contrario, responde a las profecías del Antiguo Testamento acerca del siervo sufriente del Señor (véase por ejemplo el capítulo 53 del profeta Isaías).
Finalmente, esa muerte diseñada por Dios y acontecida en un determinado lugar, ‘Jerusalén’, y en una determinada fecha, “bajo Poncio Pilato”, tiene una finalidad muy concreta. En ella tenemos al Dios verdadero interviniendo en la Historia del hombre. Tenemos a Dios encarnándose viniendo “desde afuera” para “desde dentro” llevar a cabo nuestra salvación: “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (Epístola a los Hebreos 2:14). En su muerte, Jesús llevó sobre sí el castigo que nosotros justamente debíamos haber recibido. Esa finalidad redentora y salvadora es la que también distingue la muerte de Jesús de la de cualquier otro supuesto dios de la Antigüedad. Es más, las muertes de aquellos dioses no tienen ninguna relación con nosotros hoy. Por el contrario la de Jesús tiene mucho que ver con nosotros. Si acudimos arrepentidos a Cristo ahora y confiamos en Él, entonces el mismo Señor nos garantiza el perdón de nuestros pecados y la vida eterna (Evangelio de Juan 6:47 y Hechos de los Apóstoles 17:30). La muerte de Jesús tuvo, pues, un propósito preciso y tiene mucho que ver con nosotros aquí y ahora. De hecho, nuestra relación con Jesús y su obra en la cruz es la que determinará nuestro destino futuro...
Hubo una vez en la que Jesucristo sí murió verdaderamente por nuestros pecados. Esto es historia, no mito o leyenda. Hubo una vez en la que el justo padeció por los injustos para llevarlos a Dios. Hubo una vez en la que verdaderamente Dios pagó por nuestros pecados. La fe cristiana se basa, pues, en hechos históricos verdaderos. Es por eso por lo que la muerte de Jesús trae consuelo a los cristianos y esto es porque nuestra confianza está puesta en la verdad, la certeza de que, bajo Poncio Pilato, Cristo padeció para salvarnos. Y son estos detalles, tan aparentemente insignificantes, los que no nos permiten, ni por un minuto siquiera, comparar la muerte de Jesús con la de cualquier otro. Y, ¡aunque uno disfrute leyendo los mitos de la Antigüedad...!, el único consuelo es el que proporciona la verdad de la muerte redentora del Dios y hombre, Jesucristo, por nosotros los pecadores.
Artículo escrito por José Moreno Berrocal y publicado originalmente en el periódico "Canfali" el viernes 7 de abril de 2006.