La predicación es una declaración de la voluntad de Dios al hombre. No es un debate o un diálogo, sino una proclamación. La idea bíblica del predicador es la de un heraldo.
La primacía de la predicación.
El 1 de marzo de 1981 fallecía David Martyn Lloyd-Jones, uno de los más grandes predicadores evangélicos del siglo XX. Nacido en Cardiff en 1899, Martyn Lloyd-Jones estudió medicina y ejerció como doctor hasta 1927. En ese año aceptó el llamamiento para ser pastor de una iglesia en Port Talbot (Gales). Desde 1938, y hasta su jubilación en 1968, fue pastor en Londres, en la iglesia conocida como Westminster Chapel, en pleno corazón de la metrópolis inglesa. Después de su jubilación, y hasta su muerte, se dedicó a predicar y a impartir conferencias, además de adaptar muchos de sus sermones para ser publicados. Su vida y ministerio dejaron una huella indeleble en el movimiento evangélico anglosajón. De entrada, como pastor y predicador en las dos iglesias donde fue ministro del evangelio. Pero su influencia fue también determinante en muchos cristianos, particularmente entre los estudiantes universitarios, otros pastores y varios editores. Treinta años después de su muerte, lejos de desaparecer, su ascendencia, si cabe, ha crecido y se ha extendido por toda la tierra. Esto ha ocurrido principalmente a través de sus escritos, que han sido traducidos ya a varios idiomas, entre ellos el español. Pero también por mensajes en audio e, incluso últimamente, por medio de videos que rescatan antiguas grabaciones suyas para la televisión. La impronta de Lloyd-Jones también continuó y continua hasta nuestros días en el ministerio pastoral de multitud de hombres que lo consideran su mentor espiritual o, por lo menos, un gran estímulo espiritual en su vida y servicio cristianos. Y, por supuesto, en la vida de un número incontable de cristianos que se nutren de sus escritos y mensajes en audio. Al mismo tiempo, el pensamiento de Lloyd-Jones continua vigente también por medio de otros libros y artículos de muchos otros autores que reflexionan sobre su vida, obra y mensaje. Me gustaría destacar tres aspectos del legado de Lloyd-Jones que considero particularmente relevantes en nuestra situación actual.
En primer lugar, Lloyd-Jones puso el acento en la primacía de la predicación en la vida de la Iglesia. Esa restauración de la importancia fundamental de la predicación para el pueblo de Dios es una de las notas distintivas por las que Lloyd-Jones será siempre recordado. Lloyd-Jones, con su profundo conocimiento de la historia de la Iglesia, no cesó de recordar al pueblo de Dios el hecho de que sus mejores épocas han coincidido con momentos en los que la predicación era el núcleo central de su actividad. Así lo vemos, por ejemplo, en la Reforma Protestante del siglo XVI o en el llamado Gran Despertar Evangélico del siglo XVIII. Obviamente, la prioridad de la predicación es algo que ya resalta la Escritura con asiduidad (1ª Epístola a los Corintios 1:17, 2ª Epístola a Timoteo 4:1-8, etc.). Para Lloyd-Jones, como enseña la Escritura, la predicación es una declaración de la voluntad de Dios al hombre. No es un debate o un diálogo, sino una proclamación. La idea bíblica del predicador es la de un heraldo (1ª Epístola a los Corintios 1:21-23, 1ª Epístola a Timoteo 2:7, 2ª Epístola a Timoteo 1:11). El predicador, como los heraldos, no trae sus propias ideas o mensajes. El predicador evangélico es también un embajador que transmite lo que Dios dice en su Palabra, la Biblia (2ª Epístola a los Corintios 5:20) y a la que considera, en palabras de un himno “... la infalible voz del Espíritu de Dios”. Un embajador, en tanto en cuanto sea fiel al mensaje recibido, tiene el respaldo y autoridad de aquel que lo ha enviado. Así ocurre con los predicadores que son fieles a Dios en la proclamación de su voluntad.
Pero la contribución distintiva de Lloyd-Jones a la predicación no es solo un recordatorio de su capital importancia para la Iglesia. Su reflexión va más allá de una mera exhortación a predicar. Para Lloyd-Jones, como para las Escrituras, predicar es una labor que engloba al hombre al completo: al que predica y al que oye la predicación. Usando una división muy querida por el mismo Lloyd-Jones, el mensaje predicado debe tener en cuenta la mente, los sentimientos y la voluntad. El mensaje debe empezar por la mente y dirigirse en primer lugar a la misma. Esto significa que la predicación bíblica, para serlo, debe ser necesariamente una predicación doctrinal. Es decir, debe contener enseñanza. Como dice Pablo a los ancianos de Éfeso en su despedida: “nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas, testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo” (Hechos de los Apóstoles 20:20-21). Dios quiere que su Palabra sea comprendida porque es precisamente por medio del entendimiento de su Palabra que conocemos a Jesucristo y experimentamos su poder para salvarnos (Evangelio de Juan 17:3). Para este fin, el predicador y sus oyentes deben usar la mente concienzudamente. Para alcanzar este propósito Lloyd-Jones enseñó que, fundamentalmente, la predicación debe ser expositiva, es decir, se debe explicar la Biblia. Hay que enseñar todo el consejo de Dios en su contexto y con la importancia y precisión que la misma Biblia otorga a cada uno de los temas tratados en cada uno de sus pasajes y libros. Lo ideal es la predicación consecutiva y sistemática de la Biblia (Evangelio de Lucas 24:27, 44, Hechos de los Apóstoles 13:17-52, 20:26-27, 2ª Epístola a Timoteo 3:14-4:5), es decir, la predicación de los libros que componen la Biblia. Esto, entre otras muchas cosas, nos librará de predicar desequilibradamente, pues no predicaremos solo lo que nos gusta sino que deberemos predicar lo que contenga el texto bíblico. Pero para Lloyd-Jones la labor del predicador no termina con la exposición del texto bíblico. Predicar para Lloyd-Jones era más que hacer un estudio bíblico. El concepto bíblico de la predicación incluye, necesariamente, la aplicación de la Biblia a los oyentes. Predicar es mostrar la relevancia del texto bíblico para todas las épocas, incluida la nuestra. La esencia de la predicación es la aplicación. Los puritanos, también mentores espirituales de Lloyd-Jones, enseñaban que la predicación realmente empezaba con la aplicación. Eso implica, de entrada, darse cuenta de quienes son los oyentes, sus capacidades y trasfondos (Hechos de los Apóstoles 23:6, 1ª Epístola a los Corintios 3:1-3). Predicar significa mostrar la pertinencia de la Palabra expuesta a la situación particular de los oyentes (Hechos de los Apóstoles 24:24-25). Por supuesto que la doctrina debe gobernar toda la aplicación de la Escritura, ya contenga ésta redargución, reprensión o exhortación. Éstas, para ser bíblicas, deben estar ancladas en la doctrina (2ª Epístola a Timoteo 4:2), pero no debe quedarse solo en una exposición doctrinal. Predicar, por otro lado, tampoco es impartir una conferencia académica. Predicar es algo que involucra igualmente a los sentimientos. Como decía uno de los héroes espirituales del mismo Lloyd-Jones, George Whitefield, se debe predicar un Cristo sentido, es decir, un Cristo experimentado (a felt Christ), un Cristo que sentimos vivo. En la imagen anteriormente citada del embajador, vemos como Pablo habla igualmente de rogar (2ª Epístola a los Corintios 5:20). Esa referencia al ruego nos recuerda que predicar no es algo mecánico ni frío, desprovisto de sentimientos. Para ello el predicador debe estar imbuido del mensaje que predica. Resulta curioso notar como Lloyd-Jones daba mucha más importancia al hecho de que el predicador tuviera convicciones firmes que a cualquier otro factor en su preparación. En última instancia, el mensaje debe apelar a la voluntad del oyente. Todo mensaje bíblico debe urgir a la acción y no debería dejar indiferente a predicador y oyente (Hechos de los Apóstoles 20:18-19, 26:19-29). Esto no significa que el mensaje deba buscar una reacción física y externa en el oyente. La idea de Lloyd-Jones es mucho más profunda que eso. Quiere decir que la predicación bíblica, en las manos del Espíritu de Dios y por su sola influencia, nos lleva a obedecer al evangelio y a volvernos a Dios (Hechos de los Apóstoles 5:32, 1ª Epístola a los Tesalonicenses 1:2-10). La voluntad es transformada por Dios y el hombre actúa ahora para la gloria de Dios. Para Lloyd-Jones, la Epístola a los Romanos 6:17 describe magistralmente el gran cambio efectuado en la persona para poder ser considerada cristiana. Pablo dice: “Pero gracias a Dios, que aunque eráis esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados”. En este texto Lloyd-Jones veía como la predicación afecta al hombre en su totalidad, en lo que llamamos la conversión cristiana. Esta es el resultado de una obra de la gracia de Dios que afecta al ser humano integralmente. La mente aparece aquí en este texto en el hecho de que es por la compresión de una forma de doctrina o enseñanza, el evangelio en toda su plenitud, por lo que somos transformados. La voluntad está aquí en el hecho de que los cristianos son descritos como aquellos que obedecen. Y, finalmente, los sentimientos están en el hecho de que esa obediencia, dice Pablo, es de corazón. En el hecho, dice Lloyd-Jones comentando este texto, de que esa es una obediencia gozosa y llena de deleite. Como dice también Pedro, los verdaderos cristianos son aquellos que se alegran en el Señor “con gozo inefable y glorioso” (1ª Epístola de Pedro 1:8). Las expresiones “lógica en fuego” o “teología viniendo a través de un hombre en fuego”, describen perfectamente la idea de Lloyd-Jones sobre la predicación.
Finalmente, para Lloyd-Jones predicar significa depender de Dios a la hora de predicar. Esto significa buscar la presencia del Espíritu Santo en la preparación del mensaje y en el mismo momento de entregarlo o predicarlo. Como también enseñaba C.H. Spurgeon, todo predicador debería decirse a sí mismo al subir al púlpito: “creo en el perdón de los pecados y en el Espíritu Santo”. Esta dependencia del Espíritu Santo es otra de las grandes enseñanzas que buscó recuperar Lloyd-Jones para la Iglesia. Su enseñanza sobre la dependencia del Espíritu Santo hunde sus raíces en la robusta teología reformada de Lloyd-Jones. Esta enseñanza hace justicia al hecho de que el Espíritu Santo es soberano en sus operaciones (Evangelio de Juan 3:8, 1ª Epístola a los Corintios 12:7, etc.). Sus obras no son siempre uniformes sino que hay una variación en las mismas que debe ser apreciada. Esto significa que los cristianos deben buscar más de Dios y no asumir su presencia sin más en la predicación de la Palabra o en cualquier otra actividad de la Iglesia. Aun así, Dios es soberano y no está atado a nada pero, como enseñaba igualmente el puritano Mathew Henry, muchas veces, antes de obrar, Dios pone a su pueblo a orar. El lema que debe presidir tanto la preparación como la predicación misma, así como cualquier otra actividad de la Iglesia, deberían ser las palabras del Salmista: “Tu presencia supliqué de todo corazón; ten misericordia de mi según tu palabra” (Libro de los Salmos 119:58).
P.S. En su libro La predicación y los predicadores, editado por Editorial Peregrino, David Martyn Lloyd-Jones desarrolla ampliamente su idea de lo que es la predicación. Lo recomiendo encarecidamente. Otros libros excelentes sobre la predicación son La predicación, puente entre dos mundos, de John R.W. Stott, editado por Desafío y Cuando se escucha la voz de Dios, de varios autores, editado por Andamio en su serie de básicos Andamio.
Artículo escrito por José Moreno Berrocal y publicado originalmente en esta página web el viernes 18 de marzo de 2011 al cumplirse 30 años de la muerte de David Martyn Lloyd-Jones.