La fiesta es descrita en la parábola con todo lujo de detalles: incluye el mejor ajuar: “Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies”.

Resulta fascinante observar el contexto en el que aparece la palabra fiesta en el evangelio. Aparece en una de las parábolas más conocidas de Jesús, la parábola que conocemos como del hijo pródigo, que se encuentra en el capítulo 15 del evangelio de Lucas: “11 También dijo: Un hombre tenía dos hijos; 12 y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. 13 No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente. 14 Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle. 15 Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. 16 Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba. 17 Y volviendo en sí, dijo: !!Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! 18 Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. 19 Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. 20 Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. 21 Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. 22 Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. 23 Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; 24 porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse. 25 Y su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas; 26 y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. 27 Él le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano. 28 Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase. 29 Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. 30 Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo. 31 Él entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. 32 Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado” (Evangelio de Lucas 15:11-32).

La fiesta es descrita en la parábola con todo lujo de detalles: incluye el mejor ajuar: “Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies” (v.22). También el más exquisito de los platos: “Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta” (v.23), junto con música y danzas de la que disfrutan o deben disfrutar todos los habitantes del hogar del padre: “hagamos fiesta” (v.23), dice el padre. La fiesta no sería fiesta sin que todos juntos compartan la alegría. Asimismo es significativo que la palabra fiesta aparezca dos veces en esta breve parábola. En ambas ocasiones, manifiesta la satisfacción del padre de la parábola por el regreso de su hijo al hogar. En primer lugar, delante de los siervos de la casa y, posteriormente, ante su otro hijo que, enfadado, no quería participar de la fiesta. Pero, sin duda alguna, lo fundamental de la parábola estriba en la razón que esgrime el padre para celebrar la fiesta. Hasta dos veces nos lo cuenta Jesús: “porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado” (v.24), o como se lo expresa ante el recalcitrante hermano: “Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado” (v.32). El corazón del padre, pues, busca celebrar la vuelta de su hijo a casa. Aquel que estaba perdido y muerto, ahora ha sido hallado y ha revivido. Esa transición de un estado de perdición a otro de salvación comenzó con un cambio en la manera de pensar: “Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros” (v.17-19). Una nueva forma de ver las cosas que le movió a regresar a su padre: “Y levantándose, vino a su padre” (v.20). Esto es lo que conocemos con la palabra arrepentimiento. Un reconocimiento de nuestro pecado y un abandono del mismo. El arrepentimiento es, también, el nexo de unión de las otras dos parábolas que Lucas nos trae en el capítulo 15 de su evangelio. La de la oveja perdida termina así: “Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento” (Evangelio de Lucas 15:7). La de la moneda perdida concluye así: “Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente” (Evangelio de Lucas 15:10). Según el maestro de Nazaret, hay una conexión inevitable entre el arrepentimiento y el gozo, ya sea en ¡la tierra o en el cielo! ya sea ¡entre los hombres o entre los ángeles!

El padre de esta parábola claramente presenta al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Este padre es descrito como “movido a misericordia”, lo cual refleja perfectamente al Dios del Antiguo Testamento, el Dios que revela su gloria a Moisés como el único Dios que es grande en misericordia y clemencia, (Libro de Éxodo 34:6-7). Y es que la misión de Cristo es la de mostrarnos el corazón paternal del Padre, algo que alcanza un punto culminante en esta parábola. Este Dios es el Dios cuya misericordia le lleva a perdonar el pecado de los que, sin ningún tipo de excusas, lo confiesan avergonzados y se apartan del mal camino. Esto es lo que hace el hijo pródigo cuando regresa a su hogar: “Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo…” (v.21).

De la misma manera, nosotros hoy también podemos estar seguros de que, por muchos que hayan sido nuestros pecados y ofensas contra Dios y contra nuestro prójimo, tenemos siempre un camino de vuelta al Padre por medio de la obra de Jesucristo en la cruz. Un regreso que implica el reconocimiento de nuestra rebelión contra Dios y del daño causado a otros. Lo sorprendente es que, al igual que el padre de la parábola, nuestro Dios y Padre nos recibirá también a nosotros si nos volvemos a Él. Es más, ¡habrá una fiesta! Toda fiesta, pues, debe recordarnos la fiesta a la que todos deberíamos querer asistir, ¡la que celebra nuestro arrepentimiento y, sobre todo, la sorprendente misericordia de Dios para los que acuden a Él por medio de la sangre de Jesucristo derramada para borrar nuestro pecado! Que estas fiestas te muevan a no olvidar que con Dios siempre hay esperanza y una fiesta eterna preparada para los que acuden a Él arrepentidos en Cristo.

Artículo escrito por José Moreno Berrocal y publicado originalmente en el periódico "El Semanal de La Mancha" el viernes 30 de agosto de 2013. Publicado con permiso.