¿Es la mera lectura de las Sagradas Escrituras lo que Dios pide para salvarnos? Es evidente que no, que no es por leer por lo que iremos al cielo.
Hay dos libros que han marcado intensamente la Historia de la Humanidad. El que ha dejado huella más profunda es La Biblia, la Palabra de Dios. El otro es la más grande novela jamás inventada, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Para cuando Cervantes escribe la primera parte del Quijote en 1605, la Biblia ya ha dejado una honda impronta en el mundo. En su justamente encomiable discurso sobre las armas y las letras, Don Quijote mismo se hace eco de la suprema importancia de las letras divinas cuando afirma “que tienen por blanco llevar y encaminar las almas al cielo; que a un fin tan sin fin como este ninguno otro se le puede igualar”, primera parte, capítulo XXXVII. Cervantes refleja aquí la misma opinión que San Pablo tenía de las Sagradas Escrituras, “las cuales”, decía el apóstol de los gentiles escribiendo a Timoteo desde una prisión en Roma, “te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús” (2ª Epístola a Timoteo 3:16). El Quijote, pues, es también testigo del gran valor que posee la Biblia. No hay libro que se le iguale pues su finalidad es la mejor de todas, la salvación de nuestras almas. ¿Lees la Biblia?, ¿conoces sus contenidos? En este año en el que estamos celebrando el cuarto centenario de la publicación de la primera parte del Quijote todos debemos leer o releer el Quijote. Pero el Quijote mismo nos invita a leer la Biblia. ¿Lo harás también? Es la mejor lectura que puedes hacer. Y la lectura de la Biblia es, por cierto, la mejor manera de acordarnos de los acontecimientos que se celebran en la Semana Santa.
Ahora bien, ¿cómo nos llevan y encaminan las letras divinas, la Biblia, al cielo? ¿Es la mera lectura de las Sagradas Escrituras lo que Dios pide para salvarnos? Es evidente que no, que no es por leer por lo que iremos al cielo. Lo que hace la Biblia es revelarnos el único camino de salvación que Dios ha dejado a los seres humanos. Para ser salvos necesitamos, como decía San Pablo, y afirma toda la Biblia, fe en Cristo Jesús: “concluimos pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley”, (Epístola a los Romanos 3:28). O como dice en su carta a los Efesios: “Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto, no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras para que nadie se gloríe”, (Epístola a los Efesios 2:8-9). Al leer esto, muchos bien seguro que se escandalizarán. “No puede ser tan fácil”, dirán. Pero lo cierto y verdad es que esto es lo que afirman taxativamente todos los escritores bíblicos. Debemos, pues, preguntarnos ¿qué hay en la fe, que salva?, ¿qué virtud o mérito encierra? La respuesta es que la fe no encierra mérito o virtud alguna. Es precisamente lo que no hay en la fe lo que nos salva. En la fe no hay nada nuestro, es solo confianza en recibirlo todo de Dios. La fe es una mano desnuda que recibe todo del dador. La fe no aporta nada, lo recoge todo. Es por fe, porque la fe es confianza en Jesucristo y no en nosotros. La fe es esperanza de salvación, no por lo que yo soy y hago, sino por lo que Cristo Jesús es y hace. Y lo que Jesús hizo para nuestra salvación fue vivir, morir y resucitar en nuestro lugar. Como dice el apóstol Pedro: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios”, (1ª Epístola de Pedro 3:18). La fe nos invita a salir de nosotros mismos, de nuestras miserias y maldades, y a depositar nuestra confianza en aquel que “llevó el mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados”, (1ª Epístola de Pedro 2:24). Es por fe para que el Hijo del Hombre, Jesús, sea glorificado. Y es glorificado porque la salvación es una obra que solo Cristo puede realizar. La fe glorifica a Dios, pues es un reconocimiento de que solo la obra de Jesús puede salvarnos. La mejor manera de celebrar la Semana Santa estriba en reflexionar sobre lo que la Biblia enseña acerca del significado de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Y hacerlo de tal manera que la fe pueda brotar en nuestros corazones por el poder del Espíritu Santo para que esos acontecimientos no sean solo Historia sino también la única base de nuestra propia salvación hoy.
Pero si te sigue pareciendo tan sencillo el salvarse por creer, ¿no estarás haciendo mentiroso a Jesucristo? Jesús dijo “De cierto, de cierto os digo: el que cree en mí tiene vida eterna”, (Evangelio de Juan 6:47). Dice Don Quijote en el capítulo XXVII de la segunda parte: “porque Jesucristo, Dios y hombre verdadero, que nunca mintió, ni puede mentir, siendo legislador nuestro, dijo que su yugo era suave y su carga liviana”. Creer es una carga suave. Cervantes cita aquí las palabras de Jesús que se encuentran en el Evangelio de Mateo 11:30, donde el Señor trae un contraste entre las fastidiosas y pesadas cargas impuestas por los fariseos a los judíos, y el yugo fácil y ligero que trae Jesús. Creer es una carga suave y de hecho, incluso los mandamientos que Jesús deja a los que ya han creído, son más fáciles de cumplir que las ordenanzas que requerían los fariseos. Ciertamente, para el que tiene fe verdadera, guardar los mandamientos divinos no es un agobio. Por eso Cervantes dice que aún los mandamientos que nos parecen más difíciles de observar como el hacer “bien a nuestros enemigos y que amemos a los que nos aborrecen” no son dificultosos “sino para aquellos que tienen menos de Dios que del mundo, y más de carne que de espíritu”, segunda parte, capítulo XXVII, es decir, para los que no creen de verdad. Y es que la fe verdadera, la fe que salva porque se apoya solo en Jesucristo para salvación, se muestra como verdadera en la realización de buenas obras: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas”, (Epístola a los Efesios 2:10). Al hombre de fe que se apoya en Jesucristo para salvación, Dios le concede el Espíritu Santo por el que puede hacer el bien como muestra de gratitud a aquel que le ha regalado la vida eterna en el sacrificio de la Cruz de su Hijo Jesucristo.
Si todavía te sigue resultando tan sencillo ser salvo por la fe sola en Jesucristo solo, permíteme que te haga una pregunta ¿qué imagen tienes de Dios? Dios no es un fariseo, ni un ogro sino que es bueno, manso y humilde y que no exige a los seres humanos lo que estos no pueden darle. Nuestros pecados nos impiden salvarnos a nosotros mismos por nosotros mismos. Esto Dios lo sabe y por eso envío a su Hijo Jesús, el cual vino para liberarnos y no para hundirnos con cargas que no podemos llevar.
Tener fe verdadera, sin embargo, lleva aparejado un costo, pues como dijo Jesús a sus contemporáneos: “¿Cómo podéis vosotros creer, pues recibís gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria que viene del Dios único?”, (Evangelio de Juan 5:44). La fe salva por la virtud de otro, Jesucristo, pero no puede salvar al que está lleno de sí mismo, de sus pretendidas virtudes y logros, y que busca que otros las sepan y las reconozcan. La fe sola para salvación humilla al ser humano y por eso a los seres humanos les incomoda y molesta este evangelio. Se prefiere una religión en la que el protagonismo y la gloria la reciba el ser humano antes que Dios. Si la salvación es sólo por fe, entonces la gloria es sólo a Dios.
Celebrar, pues, la Semana Santa a la luz de la Biblia y del Quijote es recibir el testimonio de la Biblia y del Quijote acerca del único libro donde encontramos revelado el camino de la salvación, la Biblia. Es recibir el testimonio de la Biblia acerca del hecho de que solo Jesús nos puede salvar porque solo Jesús murió en la cruz del Calvario, y solo su sangre derramada tiene poder para perdonar nuestros pecados. Y esa salvación es una salvación que se recibe sólo por fe. Recordemos, pues, los sucesos que se celebran en la Semana Santa con una tan atenta reflexión del texto bíblico que pueda engendrar fe viva en Jesucristo.
Artículo escrito por José Moreno Berrocal y publicado originalmente en el periódico "Canfali" el viernes 18 de marzo de 2005. Publicado con permiso.