En España, algunos españoles fueron aniquilados por otros españoles por el mero hecho de vivir conforme a las enseñanzas de las Sagradas Escrituras.

Los evangélicos españoles también tenemos nuestra propia memoria histórica. Una que está tristemente teñida de sangre y fuego. Entre 1559 y 1560 muchos evangélicos perecieron en los terribles Autos de Fe que se organizaron en diversos lugares de España. Los más famosos fueron los de Valladolid y Sevilla. En Valladolid hubo dos en 1559, concretamente el 21 de mayo y el 8 de octubre. En Sevilla hubo uno el 24 de septiembre de 1559 y otro en 1560. Precisamente el 22 de diciembre de 2010 se cumplirá el 450 aniversario de este último Auto de Fe en Sevilla. Allí pereció quemado vivo en el siniestro quemadero de Sevilla uno de los más valientes mártires evangélicos, Julián Hernández, más conocido como Julianillo por su pequeña estatura. Este hombre de condición humilde fue, sin embargo, un valeroso mártir cristiano. Su delito consistió en haber introducido en España ejemplares de una nueva traducción del Nuevo Testamento al castellano. En ese mismo lugar murió también una mujer llamada Leonor Núñez junto con sus tres hijas, Elvira, Teresa y Lucía. Asimismo perecieron Francisca de Chaves, monja de Santa Isabel, Ana de Rivera, Juan Sastre, Francisca Ruiz y María Gómez. Incluso se desenterraron los huesos del recientemente fallecido y gran predicador de la catedral de Sevilla, Constantino Ponce de la Fuente. Estos fueron quemados junto con una imagen suya. Constantino había fallecido en la cárcel de Triana el 9 de febrero de 1560. Había sido conducido por la Inquisición a esa prisión porque se le tenía como hereje. En realidad, el gran predicador había abrazado la fe evangélica. También se quemó una efigie del doctor Egidio, también fallecido, y de Juan Pérez de Pineda, traductor del Nuevo Testamento al español, curiosamente, el Nuevo Testamento que Julianillo había llevado de contrabando a España. No fueron los únicos, también hubo Autos de Fe en 1560 en Toledo y en Murcia. En el de Toledo, el 23 de febrero, estuvo presente Felipe II con su esposa, Isabel de Valois. Hubo más durante los siguientes años en distintas ciudades españolas como Barcelona, Zaragoza, Logroño, Granada, Valencia y Madrid. En estos Autos de Fe fueron ejecutados, algunos de ellos quemados vivos, muchos de nuestros hermanos en la fe.

Como descendientes espirituales de los mismos, herederos de esa misma fe evangélica, es nuestro deber recobrar la memoria de sus vidas y testimonios. Recordar a estos primeros mártires es una obligación cristiana y ética. Cristiana porque son aquellos que nos precedieron en la fe y la sellaron con su misma sangre. Y ética pues son un ejemplo de auténtica humanidad, ya que vivieron según los más altos principios que puede abrazar el ser humano hoy. Fueron hombres y mujeres que fueron ajusticiados por la Inquisición por el hecho de ser considerados herejes. Pero su único delito estribaba en el hecho de que su conciencia estaba cautiva de la Palabra de Dios. Habían decidido obedecer a Dios antes que a los hombres, como ya habían hecho los apóstoles siglos antes delante de un concilio de notables judíos (Hechos de los Apóstoles 4:19). Nuestros reformadores estuvieron entre los primeros en ejercer el derecho al libre examen, la libertad de conciencia y de fe. Hoy estos derechos son universales e incontestables en nuestra civilización occidental. Su consideración como derechos no es un logro precisamente de las enseñanzas de sus verdugos. Es más bien un derecho reconocido en parte gracias al sacrificio de las víctimas de la intolerancia religiosa.

Esta recuperación histórica de esta página de la fe evangélica pasa por el rescate de los testimonios de su epopeya. Existen diversas maneras de hacerlo. La primera es por medio de obras literarias que recrean aquellos terribles años del siglo XVI. Uno de los libros que puede ayudarnos a hacerlo es el del gran escritor vallisoletano recientemente fallecido, Miguel Delibes. En su célebre novela “El Hereje” Delibes describe la vida, creencias y muerte de aquellos evangélicos españoles en aquellos primeros autos de fe de 1559. El héroe de la novela, Cipriano Salcedo, que es un personaje de ficción, nos recuerda mucho al más intrépido mártir de aquel primer auto de fe en Valladolid, Antonio de Herrezuelo de Toro. Otro libro excepcional es también la novela “Recuerdos de Antaño”, escrita por Emilio Martínez. Otras obras de reciente aparición son “Mi huida del Auto de Fe de Valladolid” de autor anónimo y “Memoria de Cenizas” de la novelista sevillana Eva Díaz Pérez. Mejor aún incluso es recurrir a los mismos escritos de aquellos que fueron testigos oculares o de primera mano, contemporáneos de los mártires y confesores de la fe evangélica en la España del siglo XVI. Algunos de ellos han estado en nuestras manos durante algún tiempo. Otros, gracias a Dios, empiezan a circular ahora en profusión en medio nuestro. En este sentido sería bueno leer el libro “Artes de la Inquisición Española”, de Reinaldo González Montes. Este libro no solo nos enseña acerca de las terribles artimañas de la Inquisición. También contiene pequeñas biografías de aquellos hombres y mujeres que estuvieron dispuestos a dar su vida por causa de la Palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo (Libro de Apocalipsis 1:2, 6:9, 12:17). Nuestros mártires experimentaron la realidad de las palabras del mismo Señor Jesucristo cuando dijo que: “si a mí me han perseguido, a vosotros os perseguirán”, (Evangelio de Juan 15:20). También cuando el Salvador dijo que: “y aún viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios. Y harán esto porque no conocen al Padre ni a mí” (Evangelio de Juan 16:2-3). Estas solemnes palabras del mismo Hijo de Dios formaron parte de aquel consuelo que Dios otorga a los que sufren por su causa. Es un aviso anticipado para que los cristianos que son llamados al martirio no piensen que les está sucediendo algo extraño: “Mas os he dicho estas cosas para que cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho”, había dicho también el Señor Jesús (Evangelio de Juan 16:4).

Al mismo tiempo, las Escrituras nos desafían constantemente a aprender de aquellos que nos precedieron en el evangelio. El autor de la Epístola a los Hebreos invitaba a sus lectores a acordarse de los pastores que les habían hablado la Palabra de Dios para considerar cual fue el resultado de su conducta. También le exhorta a ser imitadores de su fe. Como ya había dicho anteriormente en esa epístola, debemos ser “imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas de Dios” (Epístola a los Hebreos 6:12). No olvidemos que el contexto de la Epístola a los Hebreos es el de aquellos judíos que, habiéndose convertido a la fe cristiana, experimentaban la persecución por parte de sus mismos compatriotas. En España, algunos españoles fueron aniquilados por otros españoles por el mero hecho de vivir conforme a las enseñanzas de las Sagradas Escrituras. Imitemos la fe de Doña María de Bohorques, que pereció en el auto de fe de Sevilla de 1559. Fue una mujer extraordinariamente instruida en las Escrituras. El historiador M.K. Van Lennep nos dice que “de camino hacía el patíbulo se podía leer en su rostro una dicha celestial y alababa a Dios en voz alta, de manera que los inquisidores le pusieron una mordaza. Después se la quitaron para darle una última oportunidad de adjurar… pero su respuesta resonó clara y limpia: no puedo ni quiero adjurar”. Este fue el noble testimonio de esta cristiana, poco antes de morir amarrada a un palo en el quemadero de Sevilla. Su ejemplo nos desafía igualmente a nosotros hoy a permanecer constantes en la fe. Esto ocurrirá si, a semejanza de nuestros compatriotas, profundizamos en la Palabra de Dios hasta el punto de tener en poco cualquier cosa en comparación con el conocimiento salvador de Dios en Cristo (Epístola a los Filipenses 3:7, 14). ¡Cómo podemos olvidar o dejar de sentirnos orgullosos de testimonios como estos! Están en la línea de todos los mártires cristianos de todos los tiempos, los mártires que son bienaventurados. Ya lo dijo el Señor: “Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados sois cuando por mi causa os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes que vosotros” (Evangelio de Mateo 5:10-12).

Artículo escrito por José Moreno Berrocal y publicado originalmente en esta página web el viernes 19 de noviembre de 2010.