Algunos dicen creer, sin conocer mucho La Biblia; o, por el contrario, otros no creen, ¡sin ni siquiera haberla leído!
Estaba deseando ver La Librería, la última película de Isabel Coixet, basada en una novela de Penélope Fitzgerald. La cinta ha sido distinguida, entre otros galardones, con los Goyas a la mejor película, mejor dirección y mejor guion adaptado. ¡No me ha defraudado!
Sin desvelar la trama, para los que no la hayan visto todavía, me han gustado las interpretaciones de todos los actores principales, particularmente la de Bill Nighy como Mr. Edmund Brundish, que representa a la perfección lo mejor del carácter inglés: reservado, algo excéntrico pero educado, leal y valiente.
Está también muy lograda la recreación del ambiente de la Inglaterra de la postguerra. En cuanto a los paisajes de costa del pueblecito inglés de Hardborough —donde Coixet sitúa la historia que tiene como protagonista principal a Florence Green, interpretada por Emily Mortimer— se rodaron en realidad, en la costa de Irlanda del Norte, cerca de la ciudad de Bangor, concretamente en Portaferry en el Condado de Down. Curiosamente estuve por esa zona el verano pasado; un lugar encantador en una isla en la que abundan sublimes lugares.
Pero, para mí, tal como me imaginaba, el mensaje central de la película contiene un alegato a favor del papel crucial de la lectura para el bienestar de cualquier sociedad. De hecho, desde el mismo comienzo de la cinta vemos como es el mundo mágico de los libros el que determina el desarrollo de esta historia. Así, casi todos los personajes más humanos de la trama que nos cuenta Coixet se caracterizan por el aprecio a los libros y la lectura. Vemos a Florence Green, no solo leyendo compulsivamente, sino además, admirando, limpiando, acariciando y oliendo los libros. Los personajes más siniestros, por el contrario, son presentados como poco amigos de los libros.
El primer libro que compra Edmund Brundish, recomendado por Florence Green, es Fahrenheit 451 la gran novela del escritor estadounidense Ray Bradbury. Este detalle no es casual ni menor. Indica la preocupación de Coixet por el deterioro de las comunidades dónde los libros no son valorados. Y es que Fahrenheit 451 es una novela distópica, publicada en 1953, que nos presenta una sociedad en la que los libros están prohibidos. El protagonista de esa novela es un bombero llamado Montag cuya misión principal consiste en quemar los libros que pueda encontrar. Con el paso del tiempo, Montag mismo pasa a engrosar las filas de la resistencia que, deliciosamente, se dedica a memorizar y preservar las mejores obras de la literatura de todos los tiempos. Esta obra tiene, indudablemente, una referencia directa a todos los que durante la Historia han creído que debían quemar libros, desde la Inquisición hasta los nazis. Pero, es evidente que existen aplicaciones más sutiles, como pudiera ser una crítica a la época de MacCarthy en Estados Unidos, e incluso a la influencia deletérea de los medios de comunicación de masas modernos, que conducen, de una manera creciente, a un desapego por la lectura. Algo intensificado en países como el nuestro, en el que ya partíamos con una gran desventaja en cuanto a índices de lectura se refiere. Las nuevas tecnologías, con los móviles y los videojuegos a la cabeza, han agravado, si cabe, esa sensación de que los lectores de libros pudieran llegar a ser una raza en peligro de extinción. Ya en 1993, Bradbury en un postfacio a su novela titulado Fuego Brillante alertaba a la sociedad en su conjunto sobre lo que está pasando: «Porque no hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee, que no aprende, que no sabe».
Por tanto, La Librería nos plantea el reto de hacer de los libros y de la lectura uno de los grandes ejes y, finalmente, placeres de nuestra vida. Pero, ¿Por qué leer? «Leemos» dice Anthony Hopkins, interpretando a C.S. Lewis en la película Tierras de Penumbra (Shadowlands): «para saber que no estamos solos en este mundo». Pero, ¿Cómo podemos leer en esta sociedad tecnovisual y de las prisas? De entrada, si queremos empezar a leer de verdad por primera vez o recuperar el hábito de la lectura, recomendaría que nuestros objetivos fueran humildes, sin pretensiones. Más vale leer diez minutos cada día que nada. Tenemos que hacer un hueco en la agenda, aunque sea minúsculo, para la lectura. Aparcar el móvil y apagar la TV, aunque sea por un ratito, pero hacerlo de manera sistemática, constante. Y, como no estamos solos en el mundo, debemos fomentar la lectura entre los que nos rodean. Así, la protagonista principal de la película Florence Green tiene, en ese sentido, una señalada influencia sobre una niña llamada Christine (Honor Kneafsey) que viene a ayudarla en su librería, pero que procede de un hogar donde no se lee. ¡La niña, de adulta, acaba regentando una librería! Tenemos que recuperar la preciosa práctica de leer cuentos a nuestros hijos y nietos. Asimismo, la de comprar y regalar libros, e incluso, realizar nuestras adquisiciones en las librerías, ¡no solo por internet! Curiosamente, Florence Green conoció a su marido en una librería. Recuperemos la afición por sacar libros de las bibliotecas. Hay una dimensión comunitaria en todo lo que tiene que ver con la lectura. Hagamos de la lectura un acto social. Acudamos a las presentaciones de libros, o a los recitales de poesía. Como se dice, además, en la cinta: «¡nadie se siente solo en una librería!»
En cuanto a lo que debemos leer, deberíamos leer lo que más nos guste. Se acabaron los tiempos de la censura. Pero, al mismo tiempo, no debemos encasillarnos. Es bueno variar el género: novela, pero también poesía, biografías, ensayos, cuentos, tebeos, etc. En este sentido me gusta otro consejo de C.S. Lewis, otro gran lector, que decía que después de terminar con un libro actual, deberíamos tratar de acercarnos a un libro antiguo. Otro aspecto esencial es darse cuenta de que hay libros que uno tiene que leer antes de morir. Son los clásicos, los libros que han resistido el paso del tiempo y siguen estando ahí. Entre nosotros tenemos Don Quijote de la Mancha. Uno de los libros más prodigiosos que se pueden leer y releer. Decía Martín de Riquer, el gran cervantista catalán, que «¡envidiaba a aquellos que tendrían la oportunidad de leer el Quijote por primera vez!» Yo no puedo olvidar la honda impresión que me causó aquella primera lectura del Quijote, ni el lugar, ni la estación del año, ni el ejemplar que manejé entonces. Y, por supuesto, tenemos La Biblia, el libro más vendido y traducido de nuestra época y que en palabras del doctor indio Vishal Mangalwadi, «dio forma al mundo». La situación en cuanto a la Biblia en nuestra nación es de una gran ignorancia en cuanto a su contenido. Entre nosotros, algunos dicen creer, sin conocer mucho La Biblia; o, por el contrario, otros no creen, ¡sin ni siquiera haberla leído! Es fundamental leer el libro de los libros, y ¡que es una Librería en sí misma! No basta con saber algunas cosillas sobre su contenido, el reto es leerla al completo.
Posiblemente lo mejor que yo he leído sobre las bondades de la lectura es lo que dijo nuestro gran Jorge Luis Borges: «Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir; yo me jacto de aquellos que me fue dado leer». Y es que, como se narra al comienzo de La Librería: «cuando leemos una historia la habitamos». Moremos, pues, en otras vidas, ahondemos así las nuestras.
Artículo publicado originalmente por José Moreno Berrocal en la edición impresa de la Revista del Ateneo de Alcázar de San Juan el 13 de diciembre de 2018. Se publica en esta web con algunos cambios.