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Nuestros logros como humanidad, apuntan a nuestro Creador y Redentor, Jesucristo, ya que todos los seres humanos llevamos su impronta, su imagen.

Posiblemente no exista evento deportivo que pueda compararse con unos Juegos Olímpicos. En estos de París 2024 es alentador contemplar el regreso de la gran atleta Simon Biles. Están por verse todavía las marcas deportivas que se batirán esta vez, y las anécdotas y hazañas deportivas que tendrán lugar. Nos preguntamos cuantas medallas obtendrán nuestros atletas españoles.

El escenario es magnífico, París la ciudad de la luz. Pero los Juegos Olímpicos que se están celebrando en estos momentos en París me retrotraen a una de las historias que me ha marcado profundamente como persona. Me refiero a la del escocés Eric Liddell, que obtuvo la medalla de oro en los 400 metros en las Olimpiadas que se celebraron en París hace justamente ahora un siglo, en 1924. Liddell, conocido en su época como el escocés volador, había nacido en Tianjin, China, el 16 de enero de 1902, donde sus padres, que procedían de Escocia, eran misioneros evangélicos. La vida de Liddell saltó a la fama internacional por la película de 1981 Carros de Fuego, que ganó cuatro Oscars, entre ellos al de mejor película y mejor banda sonora. Y es que la música de Vangelis, autor también de la de Blade Runner,es inolvidable y está indeleblemente unida al recuerdo de la película.

ai generated 8932127 1920En cuanto a la música de la cinta merece también mención la inclusión de uno de los himnos más populares del Reino Unido. Conocido como Jerusalén, la letra original, de 1808 se debe a la pluma de William Blake. Es un clásico en eventos deportivos y en bodas, como lo fue en la de Guillermo y Kate Middleton. De una de sus estrofas está tomado el título de la película: “Tráeme mi Carro de fuego”. Existe una traducción española del himno aunque no refleja la letra original. La película rodada en Escocia nos permite ver algunos de sus arrebatadores paisajes como es la vista de Edimburgo desde Arthur's Seat, uno de los volcanes extintos que tiene la capital escocesa. O los edificios de la facultad de Teología del New College, de la antigua Universidad, a la entrada de la cual se encuentra la estatua del reformador de Escocia, John Knox (1514-1572) predicando de pie con la Biblia en una mano, y con la otra señalando al cielo, y a la que un jubiloso Liddell saluda al entrar en una de las escenas más curiosas de la cinta.

Asimismo, se nos muestra la ciudad de St. Andrews, sede de la Universidad más antigua de Escocia, y la patria chica del golf. En una de las playas de St. Andrews, la West Sands, es donde se rodó otra de las escenas míticas de Carros de Fuego, el entrenamiento del equipo inglés de atletismo corriendo por esa playa.

Muchos son los aspectos a destacar de esta cinta, por ejemplo, la personalidad desbordante de Harold Abrahams, el atleta judío que a la postre se coronó como campeón de los 100 metros lisos venciendo en la final al imbatible equipo norteamericano; es, asimismo, un sentido homenaje al valor de la amistad y la camaradería, ampliamente ilustrada por los amigos de Abrahams. Entre ellos, se puede destacar a Aubrey Montague, y Lord Andrew Lindsay, personaje inspirado, aparentemente, en las vidas de otros dos corredores británicos, David Burghley y Douglas Lowe. El valor del compañerismo, en los momentos buenos y malos de la vida es uno de los mensajes más duraderos de Carros de Fuego.

Pero, para algunos de nosotros, el impacto de la película reside principalmente en la fe cristiana de Eric Liddell. En este sentido, Carros de Fuego es una de las mejores cintas evangélicas de todos los tiempos, aunque no haya sido hecha por evangélicos. Nos presenta a un joven Liddell determinado a predicar a Cristo, como sus padres. Lo hace en su Escocia natal, donde está estudiando, pero su deseo es volver a China para ser misionero como lo fueron sus padres. Finalmente, pudo cumplir con su deseo. Regresó al país donde había nacido para cumplir con el que fue el llamado de Dios para su vida, predicar a Cristo en el Lejano Oriente. Murió en un campo de concentración japonés el 21 de febrero de 1945.

Hay otra película que, sin ser tan buena como la de Carros de Fuego, trata de aquellos últimos años de Liddell como prisionero de guerra. Se titula En búsqueda de la libertad y está protagonizada por Joseph Fiennes como Eric Liddell. Dirigida por Stephen Shin, se estrenó el 17 de junio de 2016 en Hong Kong. Carros de Fuego nos presenta asimismo a un Liddell que es consciente de que, como dice en una de las frases más memorables: “... Dios me hizo con un propósito, pero también me hizo rápido. Cuando corro, siento que se complace”. El guión, también premiado con el Oscar, exhibe a un Liddell que, a veces con dificultades, busca combinar su deseo de predicar a Cristo con el de agradar a Dios corriendo para su gloria. Todo parece ir bien hasta que surge un problema inesperado, las pruebas de clasificación para los 100 metros en Paris, se correrían en domingo. Aquí la película varía la secuencia de los eventos históricos, ( no hago spoiler para los que no la hayan visto) pero la conclusión es que al final Liddell solo podrá correr la prueba de los 400 metros. Y aquí es donde aparece la marcada fe cristiana de Liddell.

Su testimonio hoy no reside tanto (aunque también) en su punto de vista sobre lo que se puede hacer o no en el Día del Señor, como en su determinación de agradar a Dios en conciencia de acuerdo a sus convicciones. En este sentido, es un ejemplo más de la posición de Martín Lutero en Worms, en 1521: “Mi conciencia está cautiva de la Palabra de Dios”. La primacía de la conciencia es lo que explica otras vidas tan significativas como la de Roger Williams y la postura de Eric Liddell en las Olimpiadas de París de 1924. El coraje de Liddell, de mantenerse firme en su posición, a pesar de las múltiples presiones en su contra, es lo que lo hace un héroe cristiano digno de imitación. Ser cristiano exige un valor inusitado para aferrarse a lo que uno cree cuando, tantas y tantas veces, esa fe desafía las ideas de los que están a nuestro alrededor. En un sentido, es una de las maneras en las que se manifiesta que ser cristiano es recibir a Cristo no solo como Salvador sino, sobre todo, como Señor.

Relacionado con la importancia de la conciencia hay otro matiz interesante que introduce la cinta y es si Dios está por encima o no del país de procedencia de cada uno. Como se expone en una de las escenas más tensas de la película, qué es primero, ¿Dios o la nación de uno?. En la misma línea, el Comité Olimpico Británico quiere forzar la conciencia de Liddell para que, por amor a su patria, corra en el Día del Señor. Pero, para Liddell está muy claro que Dios está por encima de las naciones. No quebrará el cuarto mandamiento. La apelación a poner al país antes que a Dios por parte de Lord Cardigan, el miembro más hostil a Liddell de ese Comité, es situada en el film como una de las razones que explicaban el sin sentido de la Primera Guerra Mundial. Pero para Liddell, en caso de conflicto, se debe obedecer a Dios antes que a los hombres. Esta es la clara enseñanza apostólica: Hechos 4:19 y 5:29.

olympic games 8912980 1920En estos días de creciente polarización nacionalista, los cristianos debemos recordar, muy particularmente, que nuestra lealtad final es a Dios y no a nuestras respectivas naciones. Esto solo será posible si, como Liddell estamos cautivados por la gloria de Dios. Que la visión de la primacía del honor de Dios explica el comportamiento de Liddell, queda perfectamente ilustrado por medio del texto sobre el que él predica en una de las iglesias de París: “He aquí que las naciones le son como la gota de agua que cae del cubo, y como menudo polvo en las balanzas le son estimadas; he aquí que hace desaparecer las islas como polvo …¿No sabéis? ¿No habéis oído? ¿Nunca os lo han dicho desde el principio? ¿No habéis sido enseñados desde que la tierra se fundó? Él está sentado sobre el círculo de la tierra, cuyos moradores son como langostas; él extiende los cielos como una cortina, los despliega como una tienda para morar. Él convierte en nada a los poderosos, y a los que gobiernan la tierra hace como cosa vana. ... ¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno es el Señor el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance. Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; pero los que esperan al Señor tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán” (Isaías 40:15,21-23, 28-31). El tratamiento cinematográfico de esta predicación es sublime, y es uno de los puntos álgidos de la cinta. Aquí es donde reside el sentido final de Carros de Fuego: el contraste entre la finitud y debilidad humanas, la insignificancia de las naciones en comparación con el Dios sublime y eterno.

La excelencia del Dios Santo es el gran mensaje que necesitamos oír en nuestros días. Los Juegos Olímpicos nos hablan del renombre y notoriedad que puede alcanzar el ser humano con su destreza y preparación, física y mental. Rememoramos ahora la gesta deportiva de Harold Abrahams, medalla de oro en los 100 metros lisos. Recordaremos también a los que en estas Olimpiadas de 2024 realicen triunfos como ya ha hecho la sudafricana Tatjana Smith (Schoenmaker), oro en los 100 metros braza. Pero las celebramos porque, como reconoce Eric Liddell, que formaba parte de esa élite de portentosos atletas, nuestros logros como humanidad, apuntan a nuestro Creador y Redentor, Jesucristo, ya que todos los seres humanos llevamos su impronta, su imagen. Es Dios el que da dones como estos a los seres humanos. Liddell reconoce que Dios se complacía en su velocidad. Pero, por eso mismo, no nos podemos quedar solamente en celebrar los logros de la humanidad.

Como Liddell, hemos de ir mucho más allá, y quedar sobrecogidos por la grandeza y belleza de Dios. Una contemplación que es ahora posible para nosotros en Cristo: “ Y vimos su gloria gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14), afirmó Juan. ¿Has visto tu su gloria? ¿ Te ha seducido su esplendor? “Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén” (1 Timoteo 1:17)